La productividad de la economía chilena —medida como Productividad Total de los Factores (PTF): la diferencia entre la tasa de crecimiento de la producción y la tasa media de crecimiento de los factores utilizados para obtenerla— creció 28% entre 1990 y 2013. Sin embargo, desde hace una década que viene cayendo.
Los más de 400 trámites que afectan los procesos de inversión —según la Comisión Nacional de Evaluación y Productividad (CNEP)— ralentizan el desarrollo de nuevos proyectos que impulsarían nuestra economía hacia arriba. Así, la «permisología» (exceso de permisos o pedir permiso al Estado para innovar) tiene estancadas a algunas de las industrias más importantes de Chile como la construcción y la minería.
Aunque nuestra productividad ha aumentado significativamente desde 1986 —incluso igualándonos a niveles de economías desarrolladas como España y Nueva Zelanda a mediados de la década pasada— aún tenemos desafíos importantes en materia de modernización del Estado para agilizar los procesos burocráticos.
Con una población creciente y una constante gama de necesidades por resolver (pensiones, salud, ingresos, etc.) es clave que los chilenos seamos capaces de producir más y a mayor velocidad.

Productividad Laboral

A comienzos de la década de los 70, la productividad de los chilenos —medida como el producto por hora trabajada— era mediocre, siendo más baja que el promedio de América Latina. Sin embargo, en los últimos 30 años, nuestra productividad superó ese promedio y, rápidamente, nuestro país se convirtió en uno de los más productivos de la región, llegando a ocupar el primer puesto en 2014. Desde entonces, nuestra productividad se ha estancado.

Ahora, comparado con países desarrollados, Chile tiene una productividad similar a la que tenían España y Nueva Zelanda hace 30 años y a la que Estados Unidos y Suiza tuvieron hace 60 años.