Desde su independencia, Chile ha tenido múltiples períodos inflacionarios y deflacionarios, destacando la hiperinflación de 1973 que llegó a un 606 por ciento anual. No fue hasta que el Banco Central consiguió su autonomía en 1989 que Chile comenzó a frenar las sostenidas alzas de precios. Así, entre los años 2000 y 2020, la economía chilena estableció una inflación anual de alrededor de 3 por ciento (la meta del Banco Central de Chile).

Sin embargo, la ralentización económica que experimentamos durante la pandemia fue aprovechada por políticos populistas para incrementar la liquidez monetaria de nuestra economía a través de los retiros parciales de fondos de AFP y las ayudas estatales excesivas. Estos factores, además de otros externos, resultaron en que, desde entonces, tengamos tasas de inflación más altas de lo que estábamos acostumbrados.

El 4,5 por ciento de inflación anual que los chilenos experimentamos en 2024, nos aleja del rango tolerable del Banco Central (entre 2 y 4 por ciento anual) respecto a las cifras de 2023 —cuando la inflación cerró en 3,9 por ciento—. Por su parte, la tasa de inflación sin volátiles —que excluye 89 subclases de bienes y servicios cuyos precios se consideran volátiles, como la leche líquida, los repuestos para el automóvil, los servicios de alojamiento, el transporte privado de pasajeros, entre otros— también se ubicó en un elevado 4,3 por ciento a fines de 2024. Lo anterior, sugiere que parte importante de nuestra inflación sería explicada por factores basales de nuestra economía que, a su vez, fueron afectados severamente por un tipo de cambio menos favorable para Chile durante 2024.

Si bien la rápida inflación ha sido un fenómeno global durante los últimos años, otras economías de América Latina y del mundo lograron reducirla en 2024 en relación con 2023, pero en Chile la tasa de inflación subió. Además, durante 2025, las economías del mundo —incluida la chilena— enfrentarán presiones inflacionarias antes inesperadas debido al surgimiento de guerras comerciales e imposiciones de aranceles entre países que, podrían encarecer el libre intercambio de productos y entorpecer la cadena de suministros a nivel global, aumentando los costos.

Dado lo anterior, los Bancos Centrales de países como Chile enfrentarán un escenario complejo: subir las tasas de interés para domar la creciente inflación —como lo han hecho en el pasado— o bajarlas para estimular una economía —posiblemente rezagada frente a los efectos adversos de las medidas arancelarias— a través de un acceso al crédito más barato.